Aquí estoy, sola, en un cuarto de hotel -bastante caro, por cierto- pero sola. Tantas veces que repasé esta noche en mi cabeza, tantas posibilidades de tenernos, tantas ilusiones por compartir un día, un pinche día contigo. Tantas ganas de ser tuya en tierra de nadie durante toda la noche; despertar junto a ti, amarte hasta el cansancio, reír, gozar, conocerte más, quererte más, sentirte mío tan solo 24 horas. ¡Y tú no quisiste! Una vez más recibo la señal clarísima, y me niego a verla como lo que es: rechazo, miedo, falta de querer. Estoy consciente de que no me quieres como yo, ¿qué tan dispuesta estoy a seguir dando? ¿hasta que el dolor sea imposible? ¿hasta cuándo?
Y aquí estoy, sola. Llorando hasta el cansancio. Frente al espejo, tratando de reconocer mi reflejo, queriendo encontrar eso que me hace falta para decir ya no más; sufriendo al ver el brillo de mis ojos marchitarse por la tristeza de saberse malquerida, de no poder encontrarse en la mirada de otro; de anhelar un amor recíproco, de algo mutuo.
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