Me enamoré de un hijo de puta. Sí, así las cosas. Sí, me enamoré de ese, el reverendísimo hijo de puta. El más. El hijo de puta que me hace suspirar con solo recordar su sonrisa.
¡Porque claro, tiene la sonrisa más encantadora! El hijo de puta que me hace temblar cuando lo veo de frente;
el que sabe perfecto cómo mojarme con dos mensajes de texto. Ese hijo de puta que me saca la sonrisa de oreja a oreja con un pinche: ¡hola! Perdidamente enamorada del hijo de puta que me deshace en tres palabras,
que me inquieta con su silencio,
que me agobia con su ausencia,
que me desarma con sus besos. No sé si es él el hijo de puta o yo la tonta ingenua. O los dos. Él está cuando quiere. Yo estoy ahí siempre. A él le valgo madre. Yo vivo pensando en cómo estará. El solo quiere cogerme.
Yo insisto en conectar.
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